jueves, 8 de diciembre de 2011


Pelos que cuentan, pelos que inventan
Por Tanya Torres
 
Si conoces a Yolanda Velázquez la recordarás arte en mano, palabra en mente, sonrisa en labios. A veces calladita, siempre amable, delicada y paciente. Y si la conociste sólo un poco, la recordarás con su pelo, largo y negro, y con un gran lunar blanco que le cae por la frente. 
 
El pelo de Yolanda, no el de de su cabeza sino el de su imaginación, es en realidad el protagonista de esta historia.  El pelo de Yolanda ahora tiene extensiones. Son muchas cabelleras surreales, trenzas interminables en blanco y negro que nacen de las ideas con que la artista relaciona el pelo.
 
Ella les llama curio, y cada una parece habitar un espejo en el que se refleja algo más que la imagen trenzada y anudada con que el pelo se va transformando en corazón, zapato, tijeras… Estos pelos cuentan los relatos que le contaron a ella, y que Yolanda fue acumulando en el cajón curioso y secreto  donde guarda las hebras con que une su propia humanidad a la de sus hermanas. “Cuéntenme sus historias de pelos”, pidió un día a sus amigas, y con cada cuento fueron saliendo, pelito a pelito, trenzas enteras. Esos pelos son también historias que esconde en su propio su pelo.
 
La idea original surgió de una obra teatral que producían unas amigas. La actriz principal, Magaly Carrasquillo, le pidió que hiciera colaboraciones conceptuales para el proyecto. La obra giraba en torno a diversas experiencias autobiográficas femeninas, basadas en la relación con los hombres.  Magaly adoptó una canción que hablaba sobre el cabello como una extensión de los pensamientos que vienen desde el interior. Yolanda  también se inpiró en esa idea para crear una exhibición que estuvo expuesta en el  átrio del teatro mientras se presentaba la obra. Los recuerdos del gabinete del curio se fueron convirtiendo en objetos raros y surreales, cada uno como una botellita de fijador con que pegar las emociones contenidas en estos cuentos de pelos, que tal vez fueran espeluznantes o alizadores según quien lo contara. Los dibujos se fueron peinando en una especie de diario donde las imágenes se convirtieron en “un ejercicio profundo de introspección, una oración continua que surgía de cada fibra que dibujaba. “
El medio original, el dibujo, y ahora la impresión digital, proponen el blanco, negro y gris como los colores de estas fibras con que Yolanda teje sus historias. Por si los pensamientos no son blancos, ni totalmente negros, vemos los grises que el blanco intenta traspasar con su luminosidad. El negro, como siempre, ofrece su contraste, su drama. Y es que los pelos son como la vida, y las trenzas de Yolanda no son la excepción. Ella ha combinado su propio pelo con el de todas , soltándolo o amarrándolo, sin cortarlo del todo.
 
El pelo de Yolanda, que en estos tiempos tal vez esté liberado de toda trenza, queda en el gabinete del curio como testimonio críptico donde asignar nuevas historias, hebras que conecten al espectador con su propia idea de libertad o restricción que lleve dentro de su cabello. Y como la vida misma, cuando el pelo adquiere su propia experiencia, vienen las canas, hasta que el blanco-luz acapara el pensamiento.  También nos queda la opción de pintarlo, aunque el negro tinta nunca es tan cierto como la eterna juventud.    

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